La acordeonera

acordeonera

Siempre piensan que los músicos tocamos música porque nos gusta que la gente se siente en las sillas de un teatro a vernos tocar. Hay algunos a los que sí les gustan que los vean en los escenarios, pero yo toco música porque me gusta ver la gente bailando y porque me gusta traer alegría al mundo. Si mi acordeón se tocase sólo, yo lo dejaría tocar y me sentaría al lado para ver los niños, las parejas, y los viejitos en la pista de baile. Cada nota de mi acordeón inspira movimiento y no hay manera de estar tristes cuando se salta y se mueve el cuerpo con mis melodías.

Todos tenemos diferentes motivos para tocar un instrumento, el mío es que la gente se conecte a través de la música, que baile y que sea feliz.

Cuando estoy tocando a veces me enfoco en una sola persona en la pista de baile. Toco las notas de la canción en mi acordeón y noto que sus pies se mueven al ritmo de mis dedos. Esa es una conexión muy difícil de explicar, pero me encanta sentirla. Si es un niño el que baila, pues mejor aún, veo sus saltitos arrítmicos e imagino en veinte años a un bailarín profesional. Me sonrío cuando a los que bailan no les sobra el buen ritmo, pero nunca me burlo, porque como decía mi abuelo: “cada cual debe bailar como le nace”.

A mi abuelo no lo conocí, el murió en Europa a comienzos de la segunda guerra mundial. Mi abuela me contó todo sobre él. Ella dice que yo me parezco mucho a abuelo, no sólo porque ambos tocamos el acordeón, pero también por la conexión tan especial que tenemos con la gente. Sentimos lo que otra gente está sintiendo a veces más fuerte de lo que ellos mismos lo sienten. Abuela dice que si a él no lo hubiesen matado por defender sus pertenencias en un desalojo, se hubiera muerto de pena al ver el sufrimiento de sus hermanos en el encierro de los campos de concentración. Cuando yo pienso en la muerte de mi abuelo y el sufrimiento de mi abuela, mi acordeón sólo quiere tocar tangos tristes, pero esos los toco sola, sin público para escucharme.

A mí lo que más me gusta es tocar música en matrimonios. La alegría es tan contagiosa que me cuesta trabajo mantener el tempo, mis dedos quieren deslizarse cada vez más rápido, ver hasta que punto la gente puede seguir el ritmo y moverse como poseídos. Otras veces, cuando la novia y el novio bailan y se miran a los ojos, quisiera que una sola nota eterna les permitiera alargar esa mirada, en la que se encuentran ellos dos solos aunque el cuarto está repleto de gente. Quisiera hacer la nota de Do sostenido durar un minuto más, hasta que sin aire los novios se den cuenta que se habían olvidado hasta de respirar.

A los virtuosos denles sus salas de concierto. A mí denme mi acordeón, una sala de baile, y la gente que baila. Para cada mal que aflige en esta tierra, hay un niñito saltando al ritmo del acordeón, una pareja amándose sobremanera, y en la esquina, abrazados, una pareja de ancianos bailando como les nace.

A mi denme mi acordeón, y de mi nombre ni se preocupen, pueden llamarme simplemente la acordeonera. Nos vemos en la próxima fiesta.

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