Martín tomó prestada la escopeta de plástico para ir al parque. Su hermano estaba en la escuela todavía, pero Martín y sus amigos tenían la tarde libre. Era la ocasión perfecta para jugar a la guerra en el parque con la escopeta de su hermano.
Normalmente Martín encontraba la rama más larga que podía cargar y con ella apuntaba contra el enemigo. Pum! Pum! Pum!
Te dí, te dí, estás muerto. Decía Martín. No! decían los amigos, no estoy muerto, estoy solo herido en el brazo. Y seguían corriendo.
Hoy Martín tenía un rifle que se veía como los de verdad. Sus amigos ya no podrían decir que sólo los había herido en el brazo. Con la rama sus disparos imaginarios tenían la inherente ambiguedad de la punta torcida, pero con este rifle no había dudas. Pum! Pum! Pum! Estás en mi mira! Estás muerto!
Martín llegó al borde del parque y se sentó a esperar. El aire estaba frío, y había llegado tan temprano que seguro iba a tener que esperar por unos veinte minutos. Con este frío era mejor moverse. Martín vio una ardilla. Pum! Pum! Pum! Estás muerta ardilla! Pum! Pum! Pum! Pum! Estás muerto pajarito!
Un carro de policía saltó la acera y frenó en el pedazo de pasto al lado de Martín.
Dos segundos después Martín estaba en el suelo. Un líquido caliente salía de su estómago.
Mierda! Es un juguete! Es sólo de plástico!
Rapido! Al hospital, súbelo al carro, súbelo al carro.
¿Puedes escucharme? ¿Puedes escucharme niño?
Martín respondió: Pum! Te dí! Estás muerto!