El sábado en la mañana estaba escribiendo. Pocas horas después despierto y todavía es sábado en la mañana. Mi hijo y el café me llaman. El sol está afuera y trata de importunarme a través de las persianas. No los dejo arrancarme de la cama.
El café se comienza a enfriar y mi hijo se rinde, uniéndose a mi pequeña rebelión contra la mañana. Las cobijas se convierten en las paredes de nuestra cueva imaginaria. Yo soy el lobo, y el es lobito. El plan es simple: una de las sábanas será nuestra red de caza. Después de ponerla estratégicamente en un lugar del bosque nos esconderemos en los árboles.
Caperucita y la abuela caen en la trampa. Son nuestra cena, y el tamaño de nuestra barriga aumenta visiblemente bajo la piyama. Pero el cazador se acerca. No hay tiempo de poner la trampa de nuevo. ¿Que hacer? Los lobos no cazamos si tenemos la barriga llena.
Mi hijo y yo nos miramos. Lanzamos la red encima del cazador, y cuando él está en el suelo nos lo comemos, aunque todavía estemos con la panza a reventar. Mañana comenzaremos la dieta. Ahora es sábado por la mañana, y nuestra imaginación no sucumbirá a las limitaciones de las fábulas viejas.
Una voz nos llama. Es hora de desayunar. Mi hijo y yo vamos a la mesa, satisfechos que esta vez el predador si comió su presa.