Doce amigos escapándose a medianoche, un doce de Diciembre. La coincidencia en los números nos daba algo para distraer el medio que teníamos. Uno de nosotros pintó el numero doce en nuestra balsita, y eso nos hizo sonreír. Salimos de puerto con el menor ruido posible, remando por turnos para avanzar más rápido.
Ya llevamos cinco días a la deriva. Traemos comida y agua para dos semanas, pero no me dejo de preocupar. ¿Y si no pasa un barco? Veinte años atras mi tio y otros miles de cubanos lograron llegar a Estados Unidos. Preferíamos pensar en ellos y no en los otros miles que nunca llegaron, o que terminaron en una cárcel en la isla.
Todos tenemos razones distintas para dejar la isla. Yo tengo la mía. Prefiero no hacerla pública, y repito todas las razones que los otros dicen. La verdad es que un corazón roto no se compara a la democracia o a la pobreza. Pero mi corazón está roto. Y prefiero arriesgar mi vida a ver los ojos de ese hombre un día más. Debo dejar de pensar en él. Decidió buscarse una novia y aparentar. «En esta ciudad no hay espacio para gente como tú y como yo», me dijo.
Me puse a mirar al horizonte. Y ahí apareció un crucero llamado Island Princess.
Rescatados.
Pero por sólo unos días. Probablemente nos devuelvan a la isla.
Alégrense, nos dice el capitán del crucero: el cambio está llegando. Obama levantó las sanciones a Cuba esta mañana. Los demás naúfragos nos miramos. Veo un reflejo de esperanza. Pero para mí, para mí no hay esperanza. No puedo vivir en la misma isla que él, no puedo.