Todos nos sentamos en el suelo frente al abuelo. Él se limpió la garganta con un carraspeo bullicioso que hizo que la prima María casi se muera de asco. Abuelo no escupió, seguro porque el suelo tenía alfombra y por compasión por la prima María. Se disculpó cándidamente, aunque se le veía un poco incómodo debajo de tanta cobija, gorro, y bufanda.
Sus historias eran lo que más nos gustaba de las reuniones decembrinas. Pedimos una historia de Navidad.
No todos los cuentos de Navidad tienen a Santa Claus – dijo el abuelo – Hay cuentos de Navidad que tienen mar y arena, tardes calurosas y aguas tibias en el Pacífico peruano. Hay cuentos de Navidad con tamales y procesiones de iglesia en los puertos de pescadores, donde la espera es por la llegada del niño dios y no por un viejito de barba blanca con ropas invernales.
Todos los primos nos miramos un poco preocupados, el abuelo no solía comenzar sus historias de esa manera.
Abuelo carraspeó aún más ruidosamente y se ajustó sus gafas de culo de botella que le tapaban la mitad de la cara que no estaba cubierta por la bufanda. Prosiguió con su cuento:
Antes de que Coca-Cola nos impusiera su Santa Claus de vestido rojo, los pescadores peruanos esperaban la llegada del niño dios con veneración y religiosidad. Con la esperanza de un nuevo año de abundancia en la pesca y mares calmas. Esa era la verdadera Navidad!
Mi primo Carlos y yo nos comenzamos a mirar de reojo. Será que la demencia senil ya estaba afectando al viejo?
Un carraspeo aún más sonoro nos despabiló a todos los primos y dejó a la pobre María con el rostro color verde oliva.
El abuelo siguió contando:
Algunos años las aguas tibias de la Navidad no traían los regalos del niño dios, sino un mar sin peces. Aguas cristalinas e inútiles, incapaces de dar comida a pez, ave, o humano. Las aves que sobrevivían sus travesías de hambre sobre el mar volaban a las casas de los pescadores para pedir que les dieran migajas de pan. Los pescadores se quedaban en casa, sabiendo que no había pesca por semanas. Escribían a sus parientes, «este año el niño dios nos trajo aguas muy calientes, y las redes de pesca regresan casi vacías, por favor envíame dinero para comprar comida».
Desde ese entonces El Niño se convirtió en sinónimo de aguas calientes en el mar peruano. De una Navidad sin peces, de aves hambrientas, y de parientes endeudados!
Terminando de hablar, el abuelo nos miró a todos, y de un salto se quitó el disfraz.
Al parecer, tío Lorenzo, el oceanógrafo, nos había vuelto a tomar el pelo.