Kam Lu wantán

Monólogo seleccionado en el Tercer Certamen Literario Seattle Escribe 2019 y parte de la antología «Los Sabores de mi Tierra».

 “Al golpe del oro solar
 Estalla en astillas
 El vidrio del mar.”
Juan José Tablada

¿Chifa amigo?

¡Ven!

Acá mismo.

¡Ven amiga!

¡Ven amiguito!

Comida rica de Cantón.

Sin mentirte señor, la mejor fonda entre Cañete y Lima. Servimos bien taipá.

Acá estaciona tu Packard señor, mi sobrino te lo cuida todo el tiempo que estés en la fonda.

Pasen, siéntense, hay ambiente familiar.

¿Si vieron? Ya les cambió la cara. Huele rico. ¿No?

Huele dulcecito. ¿No les digo? Es el chanchito asado.

¿Huelen también el ajonjolí? Bien doradito, recién tostado.

¿Acá frente a la ventana? Perfecto, con mesa mirando al mar y con vista a las barquitas de pescadores.

¿Les abro un poco la ventana para que les refresque la brisa?

¡Buena vista y buena comida señora!

¡Qué lindo! Mira, hasta el celeste del cielo combina con tu sombrero señora. Y en la radiola tocando esa voz de Tito Guízar. Ni que supieran en la radio que ustedes estaban llegando. ¡Recepción de lujo!

Hoy tenemos arroz chaufa con chancho, uñitas de cangrejo con langostino fritas, rollito primavera, wantán frito con salsa de tamarindo, lomito saltado, y el mejor Kan lu wantán que hayan probado en su vida.

Sin mentirte, el mejor wantán de este lado del Pacífico.

No te rías que es verdad. Mi abuelo cocina los wantán fresquitos a pedido. Él vino de Cantón, señora, de familia de pescadores y de cocineros.

Sí claro, ¡Sus wantanes son legendarios! Cuando los muerdan la crocante les va a poner a bailar las muelas. Van a tener un terremoto de alegría en los dientes. Sentirán en su boca el golpe del oro solar. Se los digo. Su relleno es fresquito, y cuando lo abran el vapor se les va a meter a la nariz y mmmmmmm. El aroma les va a traer memorias de puertos orientales, con muelles que huelen a dulce añoranza y a tierna cebollita china. O al menos eso dice mi abuelo, porque yo a China nunca he ido, ni sé a que huele Cantón ni sus muelles, lo que sí sé es que a todo el mundo le encantan los wantanes.

Viene gente de Lima hasta acá solamente para probar los wantanes. Vino hace unos años el periódico y le tomó fotos a mi mi abuelo friendo el wantán y todo.

Es un maestro de los wantanes mi abuelo. Con una sola mano los hace sobre la paila con aceite, con una sola mano ahí mismo los fríe.

No señor, es que mi abuelo perdió un brazo hace muchos años moliendo caña en la hacienda. Por eso usa solo una mano en la cocina. Muy bravo mi abuelo, dicen que a la semana siguiente del accidente ya regresó a trabajar. Cuando el patrón lo quería mandar al galpón a reposar mi abuelo le respondió que “Las deudas no se pagan acostado” y siguió trabajando. Bien bravo que es él, pero con un solo brazo no rendía lo mismo en la molienda. Lo sacaron del trapiche a ayudar en la casa hacienda, y allí fue donde conoció a mi abuela que trabajaba en la cocina.

Si señora, mi abuelo bromea que pagó un brazo para poder conocer a mi abuela. Dice que pagaría el precio de nuevo sin dudar, pero si fuera el mismo brazo, porque si es el otro brazo, con el que prepara su famoso wantán, otro gallo cantaría. Se lo tendría que pensar un minuto.

Apenas mi abuelo terminó su contrato con el patrón y pagó su deuda, ahí mismito se casó con mi abuela. Dicen que el hacendado lloraba en la boda como si fuera velorio. Se le iban a ir los wantanes y los postres los dos el mismo día. Mis abuelos se fueron de la casa hacienda y pusieron una picantería en el mercado. Les fue tan bien que a los pocos años ya compraron este local en la playa, que antes era de quincha, barro, y caña, pero ahora como lo ven está con su baldosa, columna de hierro, y techo de calamina. Hasta tenemos radiola de baquelita y frigider para los helados.

Mi abuela ya falleció, pero le pasó todos los secretos de repostería a mi tía, que cocina en la fonda. Mi abuela aprendió todo en la casa hacienda, viendo cocinar a las negras ya entradas en años, de esas que adoraban al Mariscal Ramón Castilla. Mi tía, la que hace los postres, aprendió de mi abuela desde niña, viéndola cocinar acá en la fonda. Mejor dicho, acá tenemos postres de tradición, postres históricos, postres riquísimos. Recetas criollísimas, pasadas de boca en boca desde la época del virreinato, en la república, y ahora en la dictadura. Digo, disculpe, que a veces me distraigo. Tenemos una mazamorra morada más oscura que noche sin luna, y tan espesa que dobla la cuchara que le metan. Tenemos también un arroz con leche más dulce y más suave que el de monjitas de convento. Hoy tenemos también helado de lúcuma, cremoso y refrescante, para el joven, por si se les antoja.

Sí señora, este es un negocio familiar. Mi mamá trabajó acá hasta que se casó, y mi papá es carpintero. Toda la decoración y los muebles de la fonda son de su mano. Mi papá es cantonés, y mi mamá tusán. Yo salí morenito porque le salí más al lado de mi abuela. ¿O pensaste que me había bronceado mucho al sol? Es que el tusán de verdad viene de todos los colores. También dicen que el amor es ciego, o anda con los ojos cerrados. Aunque a veces como que el amor abre un ojito y lo guiña, ¿no cierto? ¡Pero a lo que vamos! Que ya me estaba desviando.

Te recomiendo el Kam lu wantán.

Les prometo que si lo prueban toda la vida se van a acordar. Es una cama de wantán y cerdito asado en tajadas, cubierta con salsa de tamarindo de verdad, y encima una nube de langostino fresquecito, saltado en aceite de ajonjolí con pollo cortado delgadito, y un toquecito de kion y estrellas en astillas, con piña dulce de Tumbes, sillao importado de Taiwán, y pimentón, cebolla, y holantao recién sacados de la chacra. Para rematar: una nevada de semillas de ajonjolí.

No importa si es en cincuenta años, o en otras tierras, o en frente a otros mares, les juro, de este plato se van a acordar. ¡Les va a saber a añoranza para toda su vida!

Con eso te digo todo.

¿Cómo?

Sí señora, te podemos traer dos vasos de chicha morada o si lo prefieres una jarra. ¡Listo! Para el señor una cerveza Cristal, y una jarra de chicha morada con dos vasos para la señora y el joven. Una porción de uñitas de cangrejo y langostino, un Kam lu wantán, y un arroz chaufa familiar. Escogieron muy bien, pero dejen espacio para el postre.

Ya regreso. ¡Gracias!

Texto seleccionado para la Tercera Antología de Seattle Escribe «Los Sabores de mi tierra» http://seattleescribe.org/antologias/

No todos los cuentos de Navidad tienen a Santa Claus

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Todos nos sentamos en el suelo frente al abuelo. Él se limpió la garganta con un carraspeo bullicioso que hizo que la prima María casi se muera de asco. Abuelo no escupió, seguro porque el suelo tenía alfombra y por compasión por la prima María. Se disculpó cándidamente, aunque se le veía un poco incómodo debajo de tanta cobija, gorro, y bufanda.

Sus historias eran lo que más nos gustaba de las reuniones decembrinas. Pedimos una historia de Navidad.

No todos los cuentos de Navidad tienen a Santa Claus – dijo el abuelo – Hay cuentos de Navidad que tienen mar y arena, tardes calurosas y aguas tibias en el Pacífico peruano. Hay cuentos de Navidad con tamales y procesiones de iglesia en los puertos de pescadores, donde la espera es por la llegada del niño dios y no por un viejito de barba blanca con ropas invernales.

Todos los primos nos miramos un poco preocupados, el abuelo no solía comenzar sus historias de esa manera.

Abuelo carraspeó aún más ruidosamente y se ajustó sus gafas de culo de botella que le tapaban la mitad de la cara que no estaba cubierta por la bufanda. Prosiguió con su cuento:

Antes de que Coca-Cola nos impusiera su Santa Claus de vestido rojo, los pescadores peruanos esperaban la llegada del niño dios con veneración y religiosidad. Con la esperanza de un nuevo año de abundancia en la pesca y mares calmas. Esa era la verdadera Navidad!

Mi primo Carlos y yo nos comenzamos a mirar de reojo. Será que la demencia senil ya estaba afectando al viejo?

Un carraspeo aún más sonoro nos despabiló a todos los primos y dejó a la pobre María con el rostro color verde oliva.

El abuelo siguió contando:

Algunos años las aguas tibias de la Navidad no traían los regalos del niño dios, sino un mar sin peces. Aguas cristalinas e inútiles, incapaces de dar comida a pez, ave, o humano. Las aves que sobrevivían sus travesías de hambre sobre el mar volaban a las casas de los pescadores para pedir que les dieran migajas de pan. Los pescadores se quedaban en casa, sabiendo que no había pesca por semanas. Escribían a sus parientes, «este año el niño dios nos trajo aguas muy calientes, y las redes de pesca regresan casi vacías, por favor envíame dinero para comprar comida».

Desde ese entonces El Niño se convirtió en sinónimo de aguas calientes en el mar peruano. De una Navidad sin peces, de aves hambrientas, y de parientes endeudados!

Terminando de hablar, el abuelo nos miró a todos, y de un salto se quitó el disfraz.

Al parecer, tío Lorenzo, el oceanógrafo, nos había vuelto a tomar el pelo.

Enlace: Qué es El Niño?