En el mar del Idioma Inglés

En el reino del inglés, vasto y difuso,
las letras se alzan, alto y confuso.
La lógica a veces suena a conjuro,
y el dictado no tiene fin seguro.

"Knight" se escribe con "k", sin sonido,
un misterio guardado, siempre escondido.
"Write" lleva "w", un gesto en vano,
que se pierde en la pluma, como viento arcano.

Las vocales cambian, bailan sin cesar,
"Lead" puede ser "led" o "leed" al hablar.
"Read" en presente, "read" en pasado,
un mismo traje en tiempos cambiados.

"Dough" y "tough" se escriben igual,
pero sus sonidos son muy desigual.
"Ough" se viste de mil formas distintas,
y confunde a quien sigue sus pistas.

Cada palabra es un enigma sin fin,
un rompecabezas de principio a fin.
En inglés, la ortografía es arte incierto,
donde la lógica a veces queda en desierto.

Pero en su confusión, hay gran belleza,
un misterio que siempre alimenta la cabeza.
Así navegamos en este mar especial,
donde cada letra tiene su ritual.

(Escrito por IA)

Calavera del poeta

Hoy los ángeles estarán dándole serenatas,
al poeta que anoche colgó las alpargatas.
Se le rompió el corazón al poeta, 
aunque no lo merecía, la mera neta.
Es que él no estaba acostumbrado
a ganar dinero por su arte amado.
Le dieron un premio literario en dinero,
y se sintió vendido, mercenario, y usurero.
Por eso bendecido es el poeta que nunca gana,
porque aunque sea feo, pobre y desconocido, 
se evita la muerte temprana.
 

Cuarteto de pies cruzados para Seattle Escribe

(para cuando andas cruzado)

Seattle Escribe abarca mucha gente:

Desde un cura cis a una trans pagana,

hay doctor, indocumentado, hermana.

Cada cual algo igual y diferente.

Si no hay conocimiento, lo robamos.

También están escritoras premiadas,

muy leídas, buscadas, admiradas.

Cuando hay plata, por sus clases pagamos.

Clases gratuitas, nuestro sacro rito.

Los voluntarios ponen voluntad,

los potlucks ponen comunidad,

y los escritores, ponen lo escrito.

Las Claves Para Entenderlo Todo

Mis luces alcanzan a mostrar unas formas borrosas en el oscuro abismo. Apago la alarma de mi escafandra para evitar distracciones. Ya sé los riesgos. Sumergidas están las claves para entenderlo todo, pero si te descuidas también puede estar tu sepultura, bajo toneladas de escombros. Las estructuras inundadas se conservan a la vez magníficas y mortíferas.

Este planeta tenía una civilización de orgánicos. Mis colegas aseguran que está extinta. Ejemplo clásico, dicen. Cambio climático, refugiados, inestabilidad política, guerra nuclear. Yo estoy seguro que están equivocados. Nado lentamente hacia algo que parece una escotilla. Pongo mi tentáculo sobre el vidrio, y espero.

Súbitamente una mano de cinco dedos se pone contra el vidrio. Como saludando.

La alegría me dura solo unos segundos. Con el ruido ensordecedor, cada vez más fuerte, me doy cuenta que las claves para entenderlo todo seguirán, todavía, sepultadas.

Kam Lu wantán

Monólogo seleccionado en el Tercer Certamen Literario Seattle Escribe 2019 y parte de la antología «Los Sabores de mi Tierra».

 “Al golpe del oro solar
 Estalla en astillas
 El vidrio del mar.”
Juan José Tablada

¿Chifa amigo?

¡Ven!

Acá mismo.

¡Ven amiga!

¡Ven amiguito!

Comida rica de Cantón.

Sin mentirte señor, la mejor fonda entre Cañete y Lima. Servimos bien taipá.

Acá estaciona tu Packard señor, mi sobrino te lo cuida todo el tiempo que estés en la fonda.

Pasen, siéntense, hay ambiente familiar.

¿Si vieron? Ya les cambió la cara. Huele rico. ¿No?

Huele dulcecito. ¿No les digo? Es el chanchito asado.

¿Huelen también el ajonjolí? Bien doradito, recién tostado.

¿Acá frente a la ventana? Perfecto, con mesa mirando al mar y con vista a las barquitas de pescadores.

¿Les abro un poco la ventana para que les refresque la brisa?

¡Buena vista y buena comida señora!

¡Qué lindo! Mira, hasta el celeste del cielo combina con tu sombrero señora. Y en la radiola tocando esa voz de Tito Guízar. Ni que supieran en la radio que ustedes estaban llegando. ¡Recepción de lujo!

Hoy tenemos arroz chaufa con chancho, uñitas de cangrejo con langostino fritas, rollito primavera, wantán frito con salsa de tamarindo, lomito saltado, y el mejor Kan lu wantán que hayan probado en su vida.

Sin mentirte, el mejor wantán de este lado del Pacífico.

No te rías que es verdad. Mi abuelo cocina los wantán fresquitos a pedido. Él vino de Cantón, señora, de familia de pescadores y de cocineros.

Sí claro, ¡Sus wantanes son legendarios! Cuando los muerdan la crocante les va a poner a bailar las muelas. Van a tener un terremoto de alegría en los dientes. Sentirán en su boca el golpe del oro solar. Se los digo. Su relleno es fresquito, y cuando lo abran el vapor se les va a meter a la nariz y mmmmmmm. El aroma les va a traer memorias de puertos orientales, con muelles que huelen a dulce añoranza y a tierna cebollita china. O al menos eso dice mi abuelo, porque yo a China nunca he ido, ni sé a que huele Cantón ni sus muelles, lo que sí sé es que a todo el mundo le encantan los wantanes.

Viene gente de Lima hasta acá solamente para probar los wantanes. Vino hace unos años el periódico y le tomó fotos a mi mi abuelo friendo el wantán y todo.

Es un maestro de los wantanes mi abuelo. Con una sola mano los hace sobre la paila con aceite, con una sola mano ahí mismo los fríe.

No señor, es que mi abuelo perdió un brazo hace muchos años moliendo caña en la hacienda. Por eso usa solo una mano en la cocina. Muy bravo mi abuelo, dicen que a la semana siguiente del accidente ya regresó a trabajar. Cuando el patrón lo quería mandar al galpón a reposar mi abuelo le respondió que “Las deudas no se pagan acostado” y siguió trabajando. Bien bravo que es él, pero con un solo brazo no rendía lo mismo en la molienda. Lo sacaron del trapiche a ayudar en la casa hacienda, y allí fue donde conoció a mi abuela que trabajaba en la cocina.

Si señora, mi abuelo bromea que pagó un brazo para poder conocer a mi abuela. Dice que pagaría el precio de nuevo sin dudar, pero si fuera el mismo brazo, porque si es el otro brazo, con el que prepara su famoso wantán, otro gallo cantaría. Se lo tendría que pensar un minuto.

Apenas mi abuelo terminó su contrato con el patrón y pagó su deuda, ahí mismito se casó con mi abuela. Dicen que el hacendado lloraba en la boda como si fuera velorio. Se le iban a ir los wantanes y los postres los dos el mismo día. Mis abuelos se fueron de la casa hacienda y pusieron una picantería en el mercado. Les fue tan bien que a los pocos años ya compraron este local en la playa, que antes era de quincha, barro, y caña, pero ahora como lo ven está con su baldosa, columna de hierro, y techo de calamina. Hasta tenemos radiola de baquelita y frigider para los helados.

Mi abuela ya falleció, pero le pasó todos los secretos de repostería a mi tía, que cocina en la fonda. Mi abuela aprendió todo en la casa hacienda, viendo cocinar a las negras ya entradas en años, de esas que adoraban al Mariscal Ramón Castilla. Mi tía, la que hace los postres, aprendió de mi abuela desde niña, viéndola cocinar acá en la fonda. Mejor dicho, acá tenemos postres de tradición, postres históricos, postres riquísimos. Recetas criollísimas, pasadas de boca en boca desde la época del virreinato, en la república, y ahora en la dictadura. Digo, disculpe, que a veces me distraigo. Tenemos una mazamorra morada más oscura que noche sin luna, y tan espesa que dobla la cuchara que le metan. Tenemos también un arroz con leche más dulce y más suave que el de monjitas de convento. Hoy tenemos también helado de lúcuma, cremoso y refrescante, para el joven, por si se les antoja.

Sí señora, este es un negocio familiar. Mi mamá trabajó acá hasta que se casó, y mi papá es carpintero. Toda la decoración y los muebles de la fonda son de su mano. Mi papá es cantonés, y mi mamá tusán. Yo salí morenito porque le salí más al lado de mi abuela. ¿O pensaste que me había bronceado mucho al sol? Es que el tusán de verdad viene de todos los colores. También dicen que el amor es ciego, o anda con los ojos cerrados. Aunque a veces como que el amor abre un ojito y lo guiña, ¿no cierto? ¡Pero a lo que vamos! Que ya me estaba desviando.

Te recomiendo el Kam lu wantán.

Les prometo que si lo prueban toda la vida se van a acordar. Es una cama de wantán y cerdito asado en tajadas, cubierta con salsa de tamarindo de verdad, y encima una nube de langostino fresquecito, saltado en aceite de ajonjolí con pollo cortado delgadito, y un toquecito de kion y estrellas en astillas, con piña dulce de Tumbes, sillao importado de Taiwán, y pimentón, cebolla, y holantao recién sacados de la chacra. Para rematar: una nevada de semillas de ajonjolí.

No importa si es en cincuenta años, o en otras tierras, o en frente a otros mares, les juro, de este plato se van a acordar. ¡Les va a saber a añoranza para toda su vida!

Con eso te digo todo.

¿Cómo?

Sí señora, te podemos traer dos vasos de chicha morada o si lo prefieres una jarra. ¡Listo! Para el señor una cerveza Cristal, y una jarra de chicha morada con dos vasos para la señora y el joven. Una porción de uñitas de cangrejo y langostino, un Kam lu wantán, y un arroz chaufa familiar. Escogieron muy bien, pero dejen espacio para el postre.

Ya regreso. ¡Gracias!

Texto seleccionado para la Tercera Antología de Seattle Escribe «Los Sabores de mi tierra» http://seattleescribe.org/antologias/

Porque mamá me dijo: «tantas cosas feas en el mundo, por qué no mejor escribir cosas bonitas»

El nombre de esta ciudad no importa. Si usted ha estado en este mirador sobre la montaña, seguro que la reconoce. Si no, pues imagínese una vista nocturna preciosa, una ciudad de luces extensa como una mar infinita. Una noche sin luna, con las luces de la ciudad a lo lejos. La brisa refrescando a la gente que se para a mirar las luciérnagas de avenida. Imagine música de fondo y parejitas bien abrazadas, todas ancladas a la orilla oscura que tiene la mejor vista.

Este mirador es mi oficina. Yo trabajo de noche. Vendo libritos de poesía que escribo para las parejas, también soy guía turística de los que pasean, y le vendo palomitas de maíz para alegrar su barriga. Trabajo de Martes a Domingo. A veces me piden que ahí mismo les escriba poesía, y yo lo hago con mucho gusto. Si me cae bien la persona, a veces ni les cobro. Lo mejor es cuando me inspiro y escribo poesía bien bonita. De esa que le hace aguar los ojos a la gente, les hace agarrarse de las manos más fuerte, y darse más besos.

Yo ya no escribo nada feo. Yo escribía cosas que dolían mucho cuando las leías. Pero un día mamá me dijo: «tantas cosas feas en el mundo, por qué no mejor escribir cosas bonitas». Yo quería hablar de lo feo que pasaba en el mundo. Pero de lo bonito ¿Quien se ocupa?. Las flores que no se riegan se marchitan.

Yo por una propina le rimo el nombre de su novia con los nombres de todas las flores de la amazonia. ¿Ve esas luces a la izquierda, con la cruz allá arriba? Esas son las luces de la iglesia de Santa María. Por lo que usted me quiera dar, le cuento la historia de su arquitecto y hasta de su famosa cleptomanía.

Cómpreme uno de estos libritos, tienen poesía de la vida. Tenga un librito, agárrelo con su mano pero no lo abra todavía. Póngaselo cerca a la oreja. ¿que escucha? ¿escucha las risas? Esta poesía es cien por ciento alegría.

No lo lea todavía. Cierre los ojos, trate de pensar en cada una de las luces de la ciudad que veía. Deleítese con las lucecitas que imagina. ¿Por qué cerrar los ojos estando en un mirador? ¿Por qué imaginarse las luces cuando las luces se pueden ver facilito desde acá arriba? Porque las luces de la imaginación son aún más bonitas. En la imaginación las luces no se apagan porque alguien no le pagó la cuenta a la compañía. No hay focos quemados, ni apagones por la sequía. Así igualita es mi poesía. Le escribo sobre la vida, pero imaginada con el filtro de la alegría. Ese librito que tiene en la mano es sonrisa con garantía. Cómprelo, léalo, y me lo agradece cuando regrese otro día.

Así es. Esta oficina a veces es fría, pero nunca aburrida. Me defiendo vendiendo historias y poesía. Venga a visitarme. Venga a respirar aire fresco, y a oxigenar su vida. Recuerde, acá en la montaña los problemas de la ciudad se disuelven como la neblina.

Lo espero, recuerde que estoy acá después de las ocho. Los lunes en la noche no estoy, pero sí me encuentra todos los otros días.

Lucha mortal contra la pared amarilla

 


La brocha de pintura se resbaló del peldaño de la escalera y cayó a la acera, marcando el espacio público con un manchón color amarillo pollito, un color amarillo tan intenso que almas menos caritativas lo llamaban amarillo diarrea.

Menos mal es el color del partido del alcalde- pensó Edwin. Si fuera color rojo hasta me metían preso por comunista.

Era aún de madrugada y nadie vio el reguero. Pero limpiarlo significaba demorarse más tiempo en esa calle oscura y hoy Edwin sentía una sensación incómoda. Tal vez por los disparos que sonaron toda la noche cerca a su casa, más a menudo de lo que él estaba acostumbrado a escuchar en su barriada.

Edwin bajó de la escalera recostada contra el muro y se fijó desdeñoso en todos los papeles de periódico en el suelo. Los periódicos que a pesar de cubrir media acera habían fallado su función de proteger el cemento de las manchas accidentales.

 – Periódico de mierda – dijo mientras trataba de limpiar el reguero con las páginas sobrantes.

En eso Edwin reconoció las fotos de la portada en la página cultural del diario. El titular decía: «Roquefort y Montalba afirma que murales son arte marginal y temporal. Activista cultural Smith Zárate protesta la represión e ignorancia cultural del alcalde.»

¿Quién lo creyera? Edwin por fin se enteró del nombre de las mujeres que conoció frente a esa pared: Josefina de la Purísima Sangre Roquefort y Montealba, Encargada Cultural de la municipalidad y Mary Smith Zárate, Artista especialista en murales. Con todo lo que pasó la última vez que las vio, no tuvo tiempo de saber sus nombres.

El titular de periódico por fin la daba nombres propios y sentido a ese encontronazo que tuvo con ellas. Pasó allí mismo, enfrente de ese mural público, que en unos brochazos más se iba a convertir en una pared amarilla.

El encontronazo había sido tempranito en la mañana. La mujer rubia llegó en un taxi justo cuando Edwin comenzaba a bajar las latas de pintura de su camioneta.

– Pare. Pare le digo. Este es un atropello cultural. Ni se le ocurra pintar sobre esa obra de arte.

Edwin explicó a la rubia que él no estaba atropellando nada, que su camioneta estaba bien parqueada y sobre el pavimento, y que él solo era un contratista de la municipalidad. Contratado para pintar la pared de color amarillo.

– De acá no me muevo -dijo la mujer- Y prepárese porque vienen más amigos.

 Y más amigos vinieron, muchos amigos de la rubia. También llegaron la policía y las cámaras del noticiero.

Edwin, si poder seguir con su trabajo, se quedó sentado en una lata de pintura. Su camioneta atrapada entre tanto auto estacionado en medio de la calle.

 Luego llegó una mujer pelirroja, con dispositivo de seguridad incluido:

 – Esta obra de arte marginal no va con la visión de una ciudad moderna como la nuestra- Dijo la pelirroja. Es claramente un trabajo temporal que desdice la belleza del centro histórico.

 – No es cierto- dijo la rubia. Esto es una atropello cultural del alcalde y su grupo de prepotentes. El mural es una expresión popular del arte del pueblo para el pueblo.

 – Eso se nota- contravino la otra. Este no es un Mural de Miguel Ángel, sino que más parece un dibujo de Miguelito. Y esos colores causan náuseas! No es arte popular sino populachero.

 – Que ignorancia! – dijo la rubia. El diseño del mural es nuevo-indígena-mestizo estilizado para reflejar el sincretismo cultural de las migraciones que confeccionan el tejido vernacular de nuestra sociedad popular.

Edwin, a pesar de no poder terminar de pintar su pared debido a la interrupción de la rubia y sus amigos, estaba de un ánimo bastante jovial y decidió intervenir:

– Disculpe, ¿Es este mural un arte para la gente del barrio? – preguntó Edwin.

– Sí- respondió la rubia.

– Y entonces- preguntó Edwin- ¿Por qué no tiene el mural ni una mujer desnuda, ni tampoco el corazón de Jesús? ¿No sabe que esos son los temas que acá son los que más les gustan?

La cara de horror que pusieron al unísono esas dos mujeres cuando escucharon a Edwin abrir la boca era de antología. Edwin de verdad se había ganado un rezongón, pero lo había hecho a propósito para molestarlas. El recuerdo de esas caras desfiguradas lo había puesto a reir la tarde anterior, pero esta madrugada oscura sólo le daba escalofríos. Tal vez era la conciencia que lo estaba recriminando. Esta madrugada de pasada en su camioneta, entrevió en la oscuridad lo que parecían tres borrachos robándole a otro tipo en el suelo. Pero ¿Para qué iba Edwin a parar? él no podía contra tres solo, y de todas maneras, es mejor no meterse en líos de borrachos.

Para distraer las ideas amargas, Edwin trató de recordar las palabras exactas de la rubia y la pelirroja cuando respondieron su comentario:

– Misógino imbécil – dijo la rubia. Edwin luego buscó la primera palabra en el diccionario. Le sacó una carcajada al leer su significado y anotó la palabra para no olvidarse de ella.

Lo que dijo la pelirroja tomó más tiempo para recordar:

– Inculto igualado ignorante impío hable cuando se le pregunte y respete por el amor de dios.- dijo la pelirroja de una sentada y sin detenerse a respirar. Edwin estaba seguro de que ella hubiera dicho más palabras y de otro calibre, pero los periodistas de la televisión estaban muy cerca para que la Encargada Cultural dijera todo lo que estaba pensando.

El verse unidas contra un enemigo común disipó la hostilidad entre las dos mujeres.

– ¿Tal vez podamos hablar sobre este tema en la Municipalidad?- dijo la pelirroja- Yo creo que podemos repensar la temporalidad de esta manifestación de arte popular.

– Me parece muy bien- dijo la otra- Pero sólo si recibo tu palabra que el mural no será tocado.

– Por supuesto. Te doy mi palabra. Y a usted, el pintor igualado. Ni se le ocurra pintar esta pared hasta que reciba una orden de la municipalidad.

– Entendido- dijo Edwin sabiendo que no le convenía desobedecer a la pelirroja que claramente trabajaba en la municipalidad.

Las dos mujeres se dieron la mano, y como por arte de magia los noticieros de televisión y los policías se marcharon.

La pelirroja se subió a su carro, y un minuto después uno de sus guardaespaldas se bajó del carro para darle espacio a la rubia. Las dos se fueron sentadas juntitas.

Los amigos de la rubia siguieron cerca al mural hasta que vieron a Edwin poner todas las latas de pintura en su camioneta. Luego se fueron también.

Cuando Edwin se estaba trepando a la camioneta para salir, el guardaespaldas de la pelirroja le agarró un hombro y dijo:

– En dos días viene usted de madrugada antes que salga el sol. Estaciona su camioneta en la esquina donde no hay luz y trae sus materiales hasta acá. Pinta la pared de amarillo rapidito y sin que lo vea nadie. Sólo puede cobrar cuando termine el trabajo sin que nadie lo vea ¿Entendido?

– Entendido- dijo Edwin.

Pero no fueron las instrucciones del guardaespaldas las que hicieron que Edwin viniera tan temprano a pintar la pared esta madrugada. En esta época del año amanecía tan tarde que Edwin aún tenía varias horas de oscuridad para trabajar. La verdad es que Edwin vino en la mitad de la noche porque no podía dormir. Estaba seguro de que además de los disparos había escuchado gritos de auxilio desde el bar vecino a su casa. Golpes en la pared. Gruñidos. Edwin no podía dormir con tanto alboroto y decidió comenzar su trabajo lo antes posible esa madrugada.

La ventaja – pensó Edwin- es que a esta hora no pasa un alma por esta calle.

Por eso lo sorprendió escuchar unos pasos acercándose. Ya la mancha amarilla en la acera estaba limpia. Pero las instrucciones del guardaespaldas eran claras. Nadie lo podía ver tapando el mural con pintura amarilla.

Edwin se bajó de la escalera y trató de ver la figura que se acercaba en la penumbra del escaso alumbrado público.

– Un borracho, tiene que ser un borracho con esa forma de caminar – Pero algo en el borracho hacía que a Edwin se le pusieran los pelos de punta.

Edwin agarró el destornillador que usaba para abrir las latas de pinturas y lo puso en su mano oculta detrás de la escalera.

– Buenas noches, o debo decir buenos días- dijo Edwin con la voz más normal que pudo.

Pero la única respuesta fue que el borracho comenzó a correr hacia Edwin.

Edwin puso el destornillador frente a sí para protegerse, esperando que el borracho se acercara lo suficiente para ver dónde clavar el metal. Pero Edwin no estaba preparado para lo que vio. Apenas el borracho salió de la oscuridad Edwin lanzó un grito de terror. El cuerpo de su enemigo estaba cubierto de sangre, y partes donde Edwin hubiera clavado con gusto su destornillador ya no estaban, eran espacios tan vacíos como las carcasas que dejan los buitres en los basurales.

A pesar del mal estado del borracho, Edwin tuvo problemas para contener su impulso y los dos cayeron al suelo. Edwin clavó el destornillador en el cuello del otro. Pero el efecto fue mínimo. Lo único que el otro hizo fue tratar de morder la mano de Edwin.

Hambre- pensó Edwin- este hombre se volvió loco de hambre.

Edwin clavó su destornillador en uno de los ojos de su contrincante. Pero la falta de reacción le confirmó que su contrincante estaba más allá de toda forma de dolor.

Edwin se levantó y trató de correr, pero se tropezó con la escalera y se golpeó la cabeza contra la pared amarilla. Ya perdiendo la conciencia por el golpe y con la cara contra el piso Edwin se preguntó si se lo iban a comer vivo, y si mañana su muerte se reportaría en los periódicos, y si la rubia y pelirroja por fin se enterarían de su nombre en los titulares.

Pero Edwin no debió preocuparse por eso, porque mañana en esa ciudad, no se editaría más periódicos.

 

 

 

 

Fábula matutina


 

El sábado en la mañana estaba escribiendo. Pocas horas después despierto y todavía es sábado en la mañana. Mi hijo y el café me llaman. El sol está afuera y trata de importunarme a través de las persianas. No los dejo arrancarme de la cama.

El café se comienza a enfriar y mi hijo se rinde, uniéndose a mi pequeña rebelión contra la mañana. Las cobijas se convierten en las paredes de nuestra cueva imaginaria. Yo soy el lobo, y el es lobito. El plan es simple: una de las sábanas será nuestra red de caza. Después de ponerla estratégicamente en un lugar del bosque nos esconderemos en los árboles.

Caperucita y la abuela caen en la trampa. Son nuestra cena, y el tamaño de nuestra barriga aumenta visiblemente bajo la piyama. Pero el cazador se acerca. No hay tiempo de poner la trampa de nuevo. ¿Que hacer? Los lobos no cazamos si tenemos la barriga llena.

Mi hijo y yo nos miramos. Lanzamos la red encima del cazador, y cuando él está en el suelo nos lo comemos, aunque todavía estemos con la panza a reventar. Mañana comenzaremos la dieta. Ahora es sábado por la mañana, y nuestra imaginación no sucumbirá a las limitaciones de las fábulas viejas.

Una voz nos llama. Es hora de desayunar. Mi hijo y yo vamos a la mesa, satisfechos que esta vez el predador si comió su presa.

 

Los doce de medianoche.

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Doce amigos escapándose a medianoche, un doce de Diciembre. La coincidencia en los números nos daba algo para distraer el medio que teníamos. Uno de nosotros pintó el numero doce en nuestra balsita, y eso nos hizo sonreír. Salimos de puerto con el menor ruido posible, remando por turnos para avanzar más rápido.

Ya llevamos cinco días a la deriva. Traemos comida y agua para dos semanas, pero no me dejo de preocupar. ¿Y si no pasa un barco? Veinte años atras mi tio y otros miles de cubanos lograron llegar a Estados Unidos. Preferíamos pensar en ellos y no en los otros miles que nunca llegaron, o que terminaron en una cárcel en la isla.

Todos tenemos razones distintas para dejar la isla. Yo tengo la mía. Prefiero no hacerla pública, y repito todas las razones que los otros dicen. La verdad es que un corazón roto no se compara a la democracia o a la pobreza. Pero mi corazón está roto. Y prefiero arriesgar mi vida a ver los ojos de ese hombre un día más. Debo dejar de pensar en él. Decidió buscarse una novia y aparentar. «En esta ciudad no hay espacio para gente como tú y como yo», me dijo.

Me puse a mirar al horizonte. Y ahí apareció un crucero llamado Island Princess.

Rescatados.

Pero por sólo unos días. Probablemente nos devuelvan a la isla.

Alégrense, nos dice el capitán del crucero: el cambio está llegando. Obama levantó las sanciones a Cuba esta mañana. Los demás naúfragos nos miramos. Veo un reflejo de esperanza. Pero para mí, para mí no hay esperanza. No puedo vivir en la misma isla que él, no puedo.

No hay Navidad sin marrano

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No hay Navidad sin marrano dice la canción en la radio.

La coincidencia mórbida hace que Joshua mire su espejo retrovisor. En la parte de atraz de su camioneta están los cuerpos de veinte marranitos. La diarrea se los llevó en sólo unos días.

El invierno pasado Joshua tuvo suerte. Sus marranos no se contagiaron del virus que diezmó a sus competidores. El año pasado fue el año de las vacas gordas, o mejor dicho el año de las marranas gordas. Buen precio por la carne de cerdo y buenas ganancias. Todas invertidas en la nueva camioneta.

Este invierno la camioneta carga veinte sueños muertos. Una navidad sin regalos.

Ya habló con su vieja. La nochebuena abrán tamales y no lechón. Esta Navidad solo alcanza para un trineo plástico. Lo compartirán los chicos, y todos irán a la nieve en su camioneta, para pasar una Navidad blanca.

Joshua está preocupado, pero aún feliz. Porque este invierno está difícil, pero todavía tiene casa, granja, y camioneta.

No hay Navidad sin marrano dice la canción. Pero Joshua tiene otra idea. No hay Navidad sin familia canta él, y por supuesto tiene razón… hasta que el próximo año los virus pongan su optimismo a prueba.